16 de octubre de 2011

Karakuwa - Día 4

El cuarto día de trabajo, en la primera parte de la mañana fuimos dos equipos a una zona situada a pocos metros del puerto; como mucho estaría a 30 metros.
Decenas de redes y cuerdas de pesca, trozos de madera, otras tantas decenas de boyas de pesca; todo apilado en varios montones para después ser llevado al vertedero temporal. Hasta habían varias boyas de éstas colgadas en los árboles a tres o cuatro metros de altura.


Formando una cadena, nos íbamos pasando de uno en uno todo lo que había que tirar, meterlo en la camioneta y un voluntario de la otra organización se encargaba de llevarlo al vertedero.


Tuve la ocasión de poder ir al vertedero y poder ver todo lo que habían logrado reunir durante estos meses. Era bastante impresionante ver pilas de unos tres o cuatro metros de altura de electrodomésticos, madera, escombros de cemento, materiales de pesca...



El último día nos llevaron a ver otro vertedero situado ya en la prefectura de Iwate, a poquitos quilómetros de lo que sería la "frontera" con Miyagi. Mucho más grande y con muchísimos más escombros recopilados durante todos estos meses, incluso una pila de vehículos destrozados justo delante de un pequeño edificio que logró mantenerse en pie después del tsunami; era una clínica.

En la segunda parte de la mañana fuimos junto con otro equipo al canal que dejamos por acabar el día anterior. Continuar limpiando el canal, sobre todo de barro y piedras, y quitar todos los escombros grandes que se habían acumulado e impedían el paso del agua. Lo dejamos como los chorros del oro.


Mientras unos se encargaban de quitar estos escombros de cemento y hormigón, otros se encargaron de limpiar y alisar el terreno de una parcela contigua para que pudieran llevar una camioneta o camión si algún día era necesario.



Según nos contaron varios vecinos del pueblo, algunas personas no estaban muy contentas con el hecho que llegaran voluntarios cada dos por tres. No tiene nada que ver con que algunos fuéramos extranjeros ya que la mayoría de los que habían eran japoneses. El pensamiento que tenían era que ellos mismos podían encargarse de su propio pueblo, sin necesidad de ayuda de "extraños", además que si iban viniendo voluntarios eso significaba que el pueblo aún estaba lo "suficientemente mal" como para necesitar ayuda externa. No es ninguna crítica, hay que respetar las opiniones de todo el mundo aunque no se compartan pero puedo comprender, aunque sea un poco, que es normal que al cabo de todos estos meses ya estén cansados de tantas idas y venidas de "desconocidos".

Pero esto no es lo único que quería decir. Obviamente, y me quedo con esta parte más "positiva", también había mucha gente que al pasar te decía estas dos frases con una sonrisa sincera en la cara: "muchas gracias" (ありがとうございます)y "buen trabajo" (お疲れ様です). Hasta algunos de ellos, como en este día, nos traían bebidas como agradecimiento al trabajo que estábamos haciendo, aunque simplemente con esa sonrisa yo ya me daba totalmente por satisfecha.

Por la tarde, una buena cena para recuperar fuerzas, la reunión de cada día y a dormir pronto, porque al día siguiente teníamos un día bastante durillo.




11 de octubre de 2011

Karakuwa - Día 3

La mañana de trabajo se dividía en dos partes: desde poco antes de las nueve de la mañana hasta las 12 del mediodía (donde teníamos una hora para comer), y desde la una hasta las tres del mediodía.

En el tercer día de trabajo, la primera parte de la mañana seguimos con la limpieza de la misma parcela del día anterior. Esta vez el trabajo era un poco más "costoso", por decirlo de alguna manera, ya que, habiendo quitado todos los escombros más grandes, tocaba separar los restos más pequeños.

Cientos de trocitos de cristales, sobre todo, repartidos por todas partes; bajo las piedras, entre el barro ya casi compacto, entre la maleza... También pequeños restos de madera y hasta había aún algunas pertenencias de la familia que había vivido ahí: un par de casettes de música, un móvil, un reproductor de vídeo o DVD (no se distinguía bien), un juego de Mah-Jong completo metido en su maletín, un móvil, un botecito de maquillaje...








En ese momento te das cuenta de verdad que ahí vivió alguien: ¿una familia con hijos, un matrimonio de ancianos que pasó toda su vida ahí, una pareja...? E irremediablemente esto te lleva a otra pregunta de la que no estás seguro si realmente quieres conocer la respuesta, ni siquiera si tienes el derecho de saberlo: ¿están vivos?


La segunda parte de la mañana nos enviaron a otro lugar, a pocos metros de donde estuvimos antes.





Al ser un pueblo ubicado en la costa pero con colinas alrededor, el agua de estas pequeñas montañas tenía que llegar al océano por algún lado, así que construyeron canales por los que el agua pudiera seguir su curso hasta el océano y no inundarse el pueblo cuando hubieran lluvias fuertes. Pero tras el día del terremoto muchos de estos canales quedaron colapsados con escombros y luego, con el paso del tiempo, también comenzaron a crecer plantas que dificultaban el paso del agua, haciendo que este agua buscara otros medios por donde seguir y se inundaran las parcelas contiguas.



Éste fue nuestro siguiente trabajo: despejar uno de estos canales. Estaba sobre todo lleno de plantas que medían hasta un metro y restos de escombros, sobre todo en una parte del canal donde habían restos de hormigón y cemento colapsándolo totalmente.


No acabaríamos el trabajo en lo que quedaba de mañana, eso ya nos lo habían dicho por adelantado, así que nos dedicamos primero a quitar todas las plantas, pequeñas rocas, restos de pequeños escombros y mucho barro. Con una hoz, a cortar todas las plantas; con las palas, a recoger todo lo que se acumulaba en el fondo del canal.


Y hasta las tres de la tarde sacando sobre todo barro y rocas del canal. El resto del trabajo lo tendríamos que dejar para el día siguiente.

10 de octubre de 2011

Karakuwa - Día 2

A las siete de la mañana ya estábamos todos en pie, listos para empezar de una vez con el trabajo. Un cup-noodles como desayuno (es lo más rápido de preparar) y a las ocho de la mañana todos al "punto de reunión", donde nos encontraríamos con algunos miembros de otra organización de voluntarios (la FIWC - Friends International Work Camp) y nos darían instrucciones sobre nuestro primer día de trabajo.

Repartido cada grupo en sus zonas de trabajo, mi grupo, el número 3 en el que estábamos todos los extranjeros (así era más fácil la comunicación entre nosotros al hablar inglés, porque no todos entendíamos bien el japonés), nos tocó limpiar una parcela entera en la que antes había una casa.


Al haber pasado ya seis meses, había mucha maleza que había crecido durante todo ese tiempo. Mientras tres personas se encargaban de cortar todas estas hierbas (de hasta medio metro), el resto empezamos a limpiar la parcela; primero todos los escombros de gran tamaño (maderas, restos de hormigón de la casa, tejas...) y luego restos más pequeños, como podían ser cristales, restos de tiestos, metales, etc. Todo bien clasificado para luego ser llevado, por otros voluntarios del propio pueblo, al vertedero temporal que se había establecido hacía unos meses.



Seis horas limpiando toda esa parcela y, aunque habíamos conseguido quitar muchos escombros, aún quedaba mucho por hacer. Pero el horario de trabajo "manual" lo limitaban hasta las tres de la tarde para todo el mundo, incluso sonaba una melodía por unos megáfonos instalados en un par de farolas que indicaban el fin de la jornada. Así que el resto del trabajo lo continuaríamos al día siguiente.


Ahora tocaba volver a la casa y apuntarse en la "lista de la ducha" rápidamente, que nos teníamos que duchar 27 personas... El primer día no me di cuenta y me apunté tarde; me tocó el puesto 21 y me tuve que duchar pasadas las diez de la noche (las luces las apagaban a las 23h).

A las cuatro de la tarde cada día venía un pequeño autocar para la gente que quisiera ir al supermercado o al konbini, luego tiempo libre hasta las siete de la tarde que tocaba la cena preparada por uno de los tres grupos (cada día nos turnábamos), y a las ocho una pequeña charla sobre cómo había ido el día.

Y ya estábamos listos para ir a descansar y seguir con el trabajo otro día más.

1 de octubre de 2011

Karakuwa - Día 1

Karakuwa es un pueblo situado en el extremo norte de la prefectura de Miyagi, en una pequeña península, a pocos quilómetros de la prefectura de Iwate, y que hasta hace sólo cinco años era un minucipio independiente pero ahora se encuentra anexado a la ciudad de Kesennuma, algo que a muchos habitantes se ve que no les gusta.

Deberíamos haber llegado allí el mismo miércoles día 21 sobre las ocho de la noche pero, debido al tifón que pasaba por Japón en ese momento, la autopista que lleva directa hasta la zona de Tôhoku estaba cortada y tuvimos que coger carreteras "normales" hasta llegar a nuestro destino. Acabamos llegando a las tres de la madrugada, un viaje de unas siete horas en autocar que se convirtió en uno de casi 14 horas.

Debido al tifón y a que no se sabía exactamente cómo estaría la carretera (ya de por sí destrozada por el tsunami) que debía llevarnos a la casa donde nos alojaríamos durante esa semana, decidieron que nos quedaríamos esa primera noche en otra casa que el dueño cede a los voluntarios que llegan para ayudar.


Según nos explicó el dueño, hasta dos metros de altura llegó el nivel del agua el día del tsunami. Se podía ver incluso la marca del agua en algunas de las paredes.

Gracias otra vez a nuestro querido tifón, el primer día de trabajo quedó anulado porque había muchas zonas inundadas y era imposible trabajar en buenas condiciones y con seguridad. Así que, sin nada que hacer, ese primer día lo dedicamos a visitar un poco el pueblo.



Al ser un pueblo básicamente que vive de la pesca, no tengo claro si esta barca ya estaba ahí puesta como adorno o la trajo el tsunami desde la costa.




Una farmacia.




Una de las "calas" (no sé exactamente cómo definirlo).




Otra parte de la costa que bordea todo el pueblo. Algunos de estos pilones (muy pocos, todo hay que decirlo), que sirven como una especie de diques de contención, estaban completamente volcados; y estamos hablando que podrían pesar como una o dos toneladas.





Un templo realmente bonito y muy cuidado.




Y justo delante del templo habían instalado una de las zonas con casas de estas prefabricadas para las familias que habían perdido sus hogares.

Un poco más tarde nos llevaron por fin a la casa donde nos íbamos a alojar 28 personas durante toda esa semana. Una casa enorme, de tres plantas y que mediría unos 200 metros cuadrados, que también es cedida por los propietarios para el alojamiento de los voluntarios.



Mientras nos llevaban en el autocar, no podíamos dejar de mirar por las ventanas a todo el paisaje que se nos abría frente a nosotros: casas aún en pie pero completamente vacías por dentro, algunos coches que casi no servían ni para chatarra, cientos de boyas de pesca apiladas, parcelas completamente vacías donde antes había una casa y ahora lo único que se podía ver eran los cimientos de no más de 30 centímetros de altura.





Realmente impactante la primera vez que lo ves en persona. El único pensamiento que tenía en aquel momento era cómo lo debieron de pasar los habitantes de ese pueblo el día 11 de marzo. Pero pronto me lo quité de la cabeza; "ayudar" era la única palabra que debía mantener en mente.

Y con este pensamiento nos fuimos todos a dormir, dispuestos a empezar por fin con el trabajo al día siguiente.