1 de octubre de 2011

Karakuwa - Día 1

Karakuwa es un pueblo situado en el extremo norte de la prefectura de Miyagi, en una pequeña península, a pocos quilómetros de la prefectura de Iwate, y que hasta hace sólo cinco años era un minucipio independiente pero ahora se encuentra anexado a la ciudad de Kesennuma, algo que a muchos habitantes se ve que no les gusta.

Deberíamos haber llegado allí el mismo miércoles día 21 sobre las ocho de la noche pero, debido al tifón que pasaba por Japón en ese momento, la autopista que lleva directa hasta la zona de Tôhoku estaba cortada y tuvimos que coger carreteras "normales" hasta llegar a nuestro destino. Acabamos llegando a las tres de la madrugada, un viaje de unas siete horas en autocar que se convirtió en uno de casi 14 horas.

Debido al tifón y a que no se sabía exactamente cómo estaría la carretera (ya de por sí destrozada por el tsunami) que debía llevarnos a la casa donde nos alojaríamos durante esa semana, decidieron que nos quedaríamos esa primera noche en otra casa que el dueño cede a los voluntarios que llegan para ayudar.


Según nos explicó el dueño, hasta dos metros de altura llegó el nivel del agua el día del tsunami. Se podía ver incluso la marca del agua en algunas de las paredes.

Gracias otra vez a nuestro querido tifón, el primer día de trabajo quedó anulado porque había muchas zonas inundadas y era imposible trabajar en buenas condiciones y con seguridad. Así que, sin nada que hacer, ese primer día lo dedicamos a visitar un poco el pueblo.



Al ser un pueblo básicamente que vive de la pesca, no tengo claro si esta barca ya estaba ahí puesta como adorno o la trajo el tsunami desde la costa.




Una farmacia.




Una de las "calas" (no sé exactamente cómo definirlo).




Otra parte de la costa que bordea todo el pueblo. Algunos de estos pilones (muy pocos, todo hay que decirlo), que sirven como una especie de diques de contención, estaban completamente volcados; y estamos hablando que podrían pesar como una o dos toneladas.





Un templo realmente bonito y muy cuidado.




Y justo delante del templo habían instalado una de las zonas con casas de estas prefabricadas para las familias que habían perdido sus hogares.

Un poco más tarde nos llevaron por fin a la casa donde nos íbamos a alojar 28 personas durante toda esa semana. Una casa enorme, de tres plantas y que mediría unos 200 metros cuadrados, que también es cedida por los propietarios para el alojamiento de los voluntarios.



Mientras nos llevaban en el autocar, no podíamos dejar de mirar por las ventanas a todo el paisaje que se nos abría frente a nosotros: casas aún en pie pero completamente vacías por dentro, algunos coches que casi no servían ni para chatarra, cientos de boyas de pesca apiladas, parcelas completamente vacías donde antes había una casa y ahora lo único que se podía ver eran los cimientos de no más de 30 centímetros de altura.





Realmente impactante la primera vez que lo ves en persona. El único pensamiento que tenía en aquel momento era cómo lo debieron de pasar los habitantes de ese pueblo el día 11 de marzo. Pero pronto me lo quité de la cabeza; "ayudar" era la única palabra que debía mantener en mente.

Y con este pensamiento nos fuimos todos a dormir, dispuestos a empezar por fin con el trabajo al día siguiente.

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